sábado, 3 de septiembre de 2011

Mi Ciudad.

Me siento como si a la música le quedara solo una pizca para llevarme a ese estado que verdaderamente ansío. Lo peor de todo es que me deja a las puertas, y es ahí donde más inquietos circulan los pensamientos, como si fuera el tráfico de la zona central de una gran ciudad. Todo ordenado, muy bien, pero ruidoso y contaminante. Incluso ahora que lo pienso podría situarme perfectamente en uno de los muchos semáforos que hay en esa zona céntrica. Un semáforo en rojo para mi, y esperando me encuentro mirando a la capota gris que me cubre.
Esperando para poder pasar, cruzar una calle. Y esperando, poco a poco se va poblando mi lado de la calzada, poblándose de pensamientos. Los miro y a algunos es fácil reconocerlos, y les saludo. Otros sin embargo se esconden allá más atrás, incluso creo que he visto a alguno de ellos hablando con otro... Curioso. El semáforo se pone en verde para mi. La avalancha desde ambos lados augura el choque justo en medio. Yo y mis simpáticos pensamientos estábamos muy bien y relativamente tranquilos en nuestro sitio. Pero la necesidad de movernos conlleva el riesgo de perdernos por el camino.


Cuando se produce el choque, espero como siempre que se nos pille confesados. Ahí están, empujándose los unos a los otros, mirándome los de aquel lado con ojos de rencor, como si miraran a un amo que los abandonó una vez en el pasado. Vuelven para vengarse, o eso pienso yo. Aunque al principio no me importe, finalmente creo que cumplen su cometido. Pero algo es sorprendente: al cabo del tiempo vuelvo a estar rodeado de pensamientos simpáticos, agradables, que me tratan bien, me dan la hora y me ofrecen el periódico si nos detenemos en algún cruce más.
Sigo mirando a mi alrededor y en realidad busco alguno que sea original. Es decir, los que me acompañen desde que me levanto de la cama hasta que me vuelvo a acostar. Quiero encontrar los que me acompañan incluso en sueños, no me importa que se sienten al lado de mi cama y me observen dormir toda la noche. Podrán ser obsesivos con la compañía que quieren ofrecerme, pero nunca dañinos. Ellos no son los que me hacen daño, soy yo mismo levantándome con el pie izquierdo, el derecho pegándome con la pata de la cama, o la cara por despertarme en alguna posición que nunca sospecharía.

Estoy muy orgulloso de mi ciudad. Todo está formado por rascacielos, sin embargo el sol siempre brilla, a la vez que llueve. La lluvia no se va, a pesar de que no haya nubes. Aunque las nubes no se ven por los rascacielos, por muy brillante que sea la luz del sol. Que haya luz no quiere decir que se vea. Es más, tanto sol me está dejando ciego. El sol ilumina a los civiles, a los humildes habitantes. Viven en constante estrés porque saben que una guerra por la defensa de los ideales puede explotar en cualquier momento. Y el estrés, aunque no lo parezca, en esta ciudad significa miedo por las calles de la misma forma que significa una frase de motivación propia de un ejército.

Así que sólo queda esperar la chispa...

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