lunes, 28 de diciembre de 2015

Por una vez, déjame responder

¿Es esta la vida que de verdad quiero vivir? La de pequeños momentos de felicidad, rodeados de catástrofes naturales por doquier; la de vivir el "ahora" porque le he pedido permiso al ayer y me ha dejado a regañadientes. Si algo es inmortal en este mundo, sin duda es esta pregunta. 

Y si algo realmente cambia cada segundo, es su respuesta. He creído ser protagonista de la vida que me ha tocado vivir, de la historia que me cayó del cielo. Que todo esto puede ser la novela mal ejecutada de un ser que se las da también de escritor "medio qué" y que cada suceso forme parte de una enrevesada trama sin pies ni cabeza. Puede ser, del mismo modo que también sea algo que existe y no existe al mismo tiempo: existe en mi mente, tal y como yo la diseño para cada segundo que, confío, va desembocando ante mi; y no existe como tal ante los ojos de los demás, ni ante la humanidad.
La respuesta por la que lucho día sí, y noche también, para que sea un "no, no es esta del todo la vida que quiero vivir." Porque no lo es, porque muchas veces no la he aceptado con esas pintas. Porque probablemente soy el ser menos conformista al que me enfrento cada vez que me miro al espejo. Y todo se vuelve difícil, "como la vida misma", para lo que yo tristemente defiendo en nombre de una vida tranquila, y sin mucho sobresalto. ¿Estoy siendo cobarde? 

Entonces observo. Observo a personas sonriendo por sucesos que considero ser totalmente superficiales, banales y vacíos; trasladando sueños e ilusiones por barco y avión, por los que pisan tierras nuevas si es necesario, y por los que remueven la que ya conocen a conciencia para preparar encuentros; confiando sus vidas en otras manos, algunas de porcelana y otras de latón, pero todas parecen lo suficientemente cálidas para cada ocasión. Observo felicidad, en un estado embrionario muy inicial, muy reducida a lo más simple, y yo envuelto en un halo de preguntas que persiguen la perfección. 

"¿Cómo puede hacer eso si el mundo es tan inseguro?"
"¿De dónde saca la valentía para esperarle?"
"¿Qué sentido tiene disfrutar de eso, si no es útil?"
"¿Quién le cuidará cuando le invada la soledad?"

Y la lista, sigue, y sigue, y sigue hasta perderse en el horizonte y volver por mi espalda en forma de "¿es esta la vida que de verdad quiero vivir?"
Estoy cansado de todo, como siempre, pero la respuesta sigue siendo que no: no es la vida que quiero vivir.
No quiero vivir preguntándome a cada momento acerca de posibilidades que ni siquiera existen, ni lo harán; no quiero vivir al margen de mi propio ser, acobardado por el hecho de que las cosas no salgan bien algunas veces; no quiero vivir presa del pánico en cada paso que doy, y cuestionando cada detalle que pueda hacerme daño; no quiero vivir en la sombra de otra persona, ni haciendo mímica convirtiéndome en un espejo para quienes ni siquiera represento una realidad. Al final, todo es tan simple como que quiero vivir.

Quiero vivir libre de mí mismo, pero respetuoso con mi propio ecosistema. Cuidar cada planta que hay en mi propio jardín: autoestima, valor, valentía, honor, bondad, honradez, sinceridad, naturalidad... Representar siempre lo mejor de mí mismo, porque solo así alcanzo lo más parecido a "felicidad" que conozco. Reconocer ser egoísta, sin que eso suponga que mi bienestar esté por encima de otro, ni que mi felicidad nazca a costa de la de los demás. Ofrecer a quien realmente lo merezca la sonrisa de alguien que nace nuevo cada día, así como la ayuda y el apoyo si son necesarios. Dejar atrás la cobardía, las preguntas y las respuestas especulativas. Respetar la felicidad de otras personas y no querer copiarlas, porque estaría dañando mi propio ser. 
Quiero vivir en paz con alguien que lleva muchísimos años escondido en un rincón oscuro de mi interior: y él sí que tiene miedo, pero de verdad. Vive aterrorizado porque las personas no siempre son lo que uno espera. El tiempo desentraña con su paso la verdadera naturaleza de quienes nos rodean, y algunas veces la identidad se separa de lo ideal, creando un conflicto que puede no sanar nunca. Ni el tiempo es efectivo ante algunas decepciones, y no es fácil ayudarse a uno mismo con las manos atadas a la espalda. Aunque siga fallando en el intento, me debo a ese pequeño temeroso del mundo y sus peligros, porque su esencia es la que llevo buscando todos estos años. Y así, debo ser el ejemplo ante mis propios ojos del cambio que quiero ver en este mundo.

Y esa búsqueda, acompañada de lucha, esfuerzo y sacrificio; esa batalla que despierta cada día un pedazo de mí que tira del otro en la oscuridad; esa llamada de socorro que a veces con suficiente oído puedo escuchar desde mi interior; esa dualidad representada en este texto.

Por una vez, puedo responder que "sí" a la vida que me espera al rescatar de este océano lo que fue mi galeón dorado: el corazón, puro y duro, que llama desesperadamente tras toda cortina de miedo e inseguridad.

"Esa sí es la vida por la que yo estaría dispuesto a luchar...
...incluso hasta morir en el intento si es necesario."

domingo, 27 de diciembre de 2015

"[…] Pensaban, entre las sabias callejuelas, que vivía borracho. Borracho tal vez de licores inexistentes, de martinis venidos desde fuera de este mundo; de lágrimas, sudor tal vez, o de agua en lluvia, fuentes improvisadas o mares del tamaño de un pequeño mantel.
Su paso era bien conocido, así como la increíble habilidad de colocar los ojos pero no mirar nada. Sin mirar, pero sin que nadie pudiera saber qué veía, parecía ser presa cada minuto y medio de ese diálogo propio de despertar algo tarde; de ese infinito en el que el tiempo se expande como un bizcocho. El olor de lo inamovible cuando se aproximaba a lo lejos: oxidado, rancio, añejo, y en resumidas cuentas, desagradable. El sonido de llevar una vida a rastras le perseguía allá donde dejara huella. Y de cerca, la sensación de no saber si estaban lo suficientemente a su lado aún casi apoyando todas las miradas por sus hombros. 

Le decían 'el enigmático' porque nadie sabía de dónde venía, ni a dónde le llevaban sus pasos. Sin dinero, familia, amigos o conocidos, deambulaba sin rumbo dando tumbos de taberna en taberna. Buscaba en su fatídico silencio algo que echar a su ya rasgada garganta, seca de no hablar ni emitir sonido alguno. Su seña de identidad era el suspiro, llevado a su máxima expresión al ser testigo de la ya tan negada asistencia que venía recibiendo. Sus ojos se derramaban como dos cataratas, mientras su giro de ciento ochenta grados hacia otro paradero desconocido le regalaba al resto una espalda llena de cicatrices.
Y, al final, su enigma desaparecía, tanto de las calles como de las mentes, hasta su eventual vuelta a las andadas. ¿Dónde huiría aquel corvo ser de existencia despreciada? ¿Qué techo le aguardaría para no mojarse de lluvia, o no morir congelado?"

- Aguarda, ¿realmente era un señor vagabundo desconocido para todo el pueblo? Siendo un pueblo pequeño, me resulta extraño que nadie lo conociera, ni supieran desde dónde provenía.

- No sé si puedo aclararte eso ahora mismo - farfullaba mientras ojeaba algún par de hojas más.

- No te lo tomes a mal. Sé que es una novela en la que has puesto mucho empeño. Lo digo porque son cuestiones que cualquiera puede hacerse llegado a este punto, y quiero que los detalles estén limados y conectados muy bien entre ellos.

-¡Ah! Venía desde otro pueblo, entre senderos y caminos. Huía; de algo que aún no se sabe.

- ¿Huir? Hm. Entonces puedo concluir en mil vertientes distintas, a cada cual más desajustada y desorbitada. De todas maneras creo que me decanto por una vertiente argumental en concreto. Clásica, simple y cruda: huía de un romance muerto. Pero me planteo, si es así, de qué huye entonces puesto el segundo pueblo como escenario global. 

- Eh, eh. No te adelantes tanto. La novela no es tuya, ¡que yo sepa! - dijo mientras amontonaba y ajustaba el ancho de todos los folios entre sus manos - Creo que tengo que repasar esto y pulir algunas asperezas. Lo dejaremos para otro momento.

Se hizo la soledad tras el pequeño rato de lectura junto con la despedida, y el pensamiento ya volaba allá donde era incontrolable. Le daba vueltas y más vueltas a eso de "huir de un romance muerto" y, entre pequeños resoples y miradas al suelo, reconocía ser un argumento bastante sórdido para una novela que podía dirigirse hacia el trato de problemas sociales desde un punto de vista humanitario y económico. En su mente, lo transformaba todo en algo romántico: algo relacionado con el amor o con el desamor. Y sin permiso de su autor, en su pequeño escondite quiso darle sentido a la existencia de aquel enigmático protagonista:

" Había olvidado eso de hablar, así como de mirar con deseo.
  Porque el deseo no existe donde ha terminado una guerra,
  donde el fuego arrasa con todo, donde solo queda negro.
  Los gritos fueron empujados por el viento hacia un barranco,
  y las olas aguardaban con hambre el festín.
  Su cuerpo, marioneta del sino más ruin, reflejo sin alma,
  sin objetivo; zanja donde vaciar los llantos de todos los
  soldados caídos. Y por deshidratación, mejor beber lo que
  encuentre entre los escombros, que por no beber no quede
  más duda que aquella que irrumpió partiendo el suelo en dos:
  morir sin alguien cuando acabe de respirar la brisa,
  o vivir cargando en las espaldas la mismísima muerte."

martes, 24 de noviembre de 2015

No soy yo

"¿Veinte minutos? ¿Veinte minutos para contarte lo que me ocurre? Podría mejor tomar el resto de tiempo de mi vida para hacerlo, y emplear esos veinte minutos en estar en silencio, por hacer algo distinto, ¿sabes? No puedo contarlo sin hablar de agua: de fluir, flotar y hundirse. Tampoco sin hablar de roca: de chocar, colapsar, quebrarse. No puedo dar un solo paso en mi inconmensurable propia novela sin hablar del color azul en todos sus tonos, y del rojo siempre en la esquina de la vista, donde me dice algo pero no logro averiguar el qué.
No puedo extender en veinte minutos la vida que he sentido en solo un descoordinado instante. Porque es parpadear, y puedo oírlo todo: cada palabra, cada grito, cada susurro, cada argumento, cada sentencia, cada pregunta y cada respuesta, cada gemido, cada llanto, cada consejo, cada "lo siento", cada risa y cada silencio.
No tengo veinte minutos para llenarme las manos de barro e intentar construir de ahí un castillo que haga sombra sobre mi tumba. No tengo veinte minutos para plantar el árbol al que mi cadáver podrá alimentar cuando no quede más voluntad que la de mi testamento.
Por no tener, ya no tengo recuerdo al que volver bajo el calor de un felpudo que me de la bienvenida con un "vida, dulce vida."
Dígame entonces: ¿a qué veinte minutos se refiere, si hace ya mucho me quedé sin tiempo?
¿Cómo poder relatar lo que me ocurre, si ya no soy el mismo que empezó a pronunciar esta frase? Podría ser falso y banal, contestando con prepotencia "todo" o "nada". Y en realidad, "todo" es nada, y "nada" es todo.

Lo que me ocurre no puede describirse con palabras, sino con sensaciones.
Todo empieza por comer algo fresco y saludable, como la manzana en la que está pensando, y hacerlo despacio, con el pensamiento fijado en una vida próspera y brillante. Más tarde, cinco segundos bajo agua y salir a la superficie para respirar. Después, estudiar en clases de buceo, y que el traje de neopreno apriete un poco. Tener una obra al lado de casa, y golpearte el dedo meñique con la pata de la cama. Taparte en una noche de frío, y notar que tu pie no está tapado del todo. Llamar a alguien a la vez que te llama, que se oiga el contestador y pasar el resto del tiempo creyendo que volverá a llamar.
Lo que me pasa no es calma. Lo que me pasa no es tranquilidad, ni sosiego. Lo que me pasa no es ni el tiempo en sí, sino su lado más maldito. Lo que me pasa es que en veinte minutos me he encontrado y me he perdido cientos de veces. He dejado de conocerme, y ni siquiera me entiendo. Lo que me pasa es que no soy yo, si miras un poco en profundidad.

Solo soy un cristal reflectasol: todos ven un reflejo mejorado de ellos mismos cuando me miran, y yo observo desde el otro lado sin saber cómo me veo."

martes, 17 de noviembre de 2015

Todos creen en la existencia de acontecimientos que encajan en sus vidas. Todos creen que consiste en salir ahí afuera, y probar hasta dar con la tecla. Usan cada palabra que creen oportuno, cada mirada concreta, cada sonrisa si es necesario, para probar, dar oportunidades y tratar de calmar su búsqueda.
Buscan algo ya hecho, algo que supuestamente existe acorde a lo que sus vidas necesitan. Buscan, cuando en realidad no existe tal paraíso por sí mismo.

Porque en la vida real nacemos, y crecemos con la idea en la cabeza de encontrar lo que nos equilibre. De encontrar todo lo que necesitamos, porque está "ahí afuera y nos está esperando." Crecemos con la idea de que nuestro amor verdadero está rondando las calles de nuestro mundo, igual de perdido que nosotros, esperando con una esperanza innata a cruzarse con nosotros en la siguiente esquina. Y nos pasamos la vida probando uno, luego otro, luego otro y luego otro, a cada cual ofreciéndoles un trato más desgastado y frío, más parecido a un contrato de prueba que a un encuentro entre personas. Nos pasamos la vida sollozando y a llantos con la mirada perdida en el cielo, y preguntando a nadie en concreto "qué hicimos" para que nuestro ya diseñado amor no nos llegue. Nadie se para a construir.

"Partiendo de una premisa errónea, solo podemos llegar a conclusiones equivocadas."
No está diseñado, ni hecho de antemano. No hay una receta previa, ni un plan elaborado con final feliz como en las películas. Nos pasamos la vida con uno, luego otro, luego otro y luego otro, decepción tras decepción, porque no dejamos de pedir. Pedimos porque creemos que eventualmente alguien nos va a proporcionar lo que necesitamos de entrada. Y lo que necesitamos se suple con un elemento indispensable en todo este asunto: el tiempo.
Tiempo, que significa construir. Construir, que significa pausa, calma, estático, tranquilidad, diálogo, tolerancia y respeto.

No está ahí afuera. Más bien, nace de nuestro interés interno. Ese paraíso viene de la mano del tiempo que empleamos, no solamente por y para conocer a los demás, sino que principalmente a nosotros mismos. Creemos que la vida consiste en encontrar piezas sueltas que cada cierto tiempo van encajando con nosotros, desde el amor, hasta el trabajo incluso. Creemos que la vida es una búsqueda, tanto de esos elementos, como de algo más general: la propia felicidad como objeto. Y solo cuando nos damos cuenta de que no es una búsqueda, y sí es una construcción, comprendemos que el amor y las personas no funcionan pasando sin cesar uno y luego otro, luego otro y luego otro. Solo así descubrimos que incluso en los rincones más oscuros, alguien existe para dar la vuelta a nuestras vidas, y solo podemos descubrirlo si nos atrevemos a ello.

jueves, 29 de octubre de 2015

Robles

Es cuando te acuerdas, tras el tiempo que tenga que ser, que vibro desde dentro. Es cuando lanzas una frase, una palabra, un icono, un gesto o un sonido, donde crees que no hallarás ninguna respuesta.
Y que yo piense en lo especial que sería no haberme ido, aguantar como un roble el paso de los días, meses o años. Entonces hablo, y mucho más que eso. Hablo, sonrío, tiemblo, río, grito. Me convierto en la lámpara que alumbra una noche de historias y mantas. Soy el fuego de una hoguera en medio de una montaña. Soy el hogar de quienes no tendrían nada más que a uno mismo.
Lo especial que es abrir mis brazos y mis puertas, el calor que nunca perece, a vidas congeladas donde un segundo sabe a lustro. Y digo si te acuerdas, porque no existe calor si no hay frío con el que luchar. Porque no conozco el ser compañía, si no lo he deseado con todo mi ser. Y no olvido el refrán, que uno no valora lo que tiene […]
Ser un roble implica tener espíritu. Ser duro, profundo e inmóvil. Guardar un pedazo de mi, para que me recuerden cuando vuelvan y todo haya cambiado. Porque a veces solo deseamos sentir por un breve periodo de tiempo que todo vuelve a ser "como era antes."
Pero este roble no es silvestre.
Y si no hay riego no vibra, no tapa el viento sino se deja llevar con él. No hay raíces por lo que no siente, y no es calor por estar calado hasta las fibras.
Hay espíritu en la espera solitaria. Como mirar a la luna pasar, es desear tener una meta y olvidar durante un segundo lo que se interponga en el camino. Es observar la espera en su totalidad, pero olvidar que solo soy un árbol plantado para un propósito.
Así que el tiempo pasa, y al roble se le caen las hojas, se cubre de nieve.
Arde, hiedra que lo rodea, pero siempre espera.
Siempre espera.

Es cuando te acuerdas que, de solo tener dirección, mi vida adquiere un sentido. Y cuando lanzas la palabra en ese pozo sin fondo ni respuesta, aparezca lo inaudito de la espera. Aparezca un fuego que no se apaga, que no perezca...
Que me recuerde qué soy, seco por falta de agua y saciado de espíritu.

Soy un roble que solo quiere vivir en una maceta.

viernes, 11 de septiembre de 2015

Hoy en día

No se mancha las manos de lo que nunca es suficiente, y guarda con cautela varios ases en la manga. Es quien más observa en esta mesa, aun a pesar de su charlatanería y su mirada medio perdida. Sus palabras lucen un terciopelo que le ha llevado años perfeccionar, y esa comodidad ahora le devuelve el trabajo casi hecho. Desfila un rostro que intimida, aunque nunca tiene un póker en su mano, y luce con orgullo que la mejor defensa es un buen ataque. Eso sí, os hará creer que no hay nada más que su inocencia bajo el manto de la rutina en su vida.

Habla de amor como si supiera lo que es. Como si, por recibir dolor, fuera "doctora honoris causa" en reírse de la vida y de quienes transitan en ella. Habla de vivir el momento y de olvidar el futuro. Habla de arrebatar el sentido de la existencia, con la facilidad con la que arrebataría un chupete.
Y no sabe. Ni siente, ni padece.
Ni el frío de la soledad ni el calor de la compañía. Ni cuánto suman en realidad dos personas, ni qué es multiplicar un alma por otra. No sabe conjugar miradas, ni la combinación de los labios. No sabe, pero es arrogante en su ignorancia, y entre cada letra de su "carpe diem" hay miles de sogas atadas a su cuello.
Atada, a su propio consuelo, a la inductividad ingénua y a la carencia de sentido, para algunos, "no común".

Y hasta el fin de sus días vivirá preguntándose en lo más profundo de su innegable alma, qué habría sido de todo, si todo hubiera sido otro qué. Sin el orgullo de ser un holograma, un saco de carne, una bolsa de boxeo, o un búcaro de ginebra. Sin la satisfacción de no alcanzar una meta por estatus social.

Habla de amor como si supiera, y lo que no sabe es que el amor nunca se habla.

viernes, 4 de septiembre de 2015

Si es breve...

La luz se está apagando, es hora de atardecer,  horas han pasado desde que te vi correr.
Hacia ese tren que ahora nos separa, hacia el no saber si te volveré a ver…
… y qué tragedia se nos depara.
Conservo tu caricia, el albor de tu mirada, el empezar de nuevo tras cada tropiezo, tras cada parada. Tras cada silencio entre tú y yo, andanadas de fuegos artificiales:
como en una escapada,
sentir en este frío
que los latidos son reales.
Invicto en la teoría, caigo sobre la práctica,
y es que cuando algo vital falta
el tiempo se detiene solemne
y las luces se apagan.

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Vivir

[…] " Y crees que todo está ganado, cuando cierras la puerta y casi todas las ventanas. ¿Quién gana en tu claustro? ¿Quién toma ventaja cuando todo lo que hay es oscuridad? ¿Quién puede contestar a eso?
Estás gritando, lo oigo. Gritas de dolor, de desesperación, de angustia. El miedo fluye por tus venas, congelando todo lo que encuentra a su paso. Segundo tras segundo, tu rostro olvida cada expresión, y tu mirada deja de ser tan curiosa. Con cada momento que pasa, el hielo sustituye tus huesos, y tu cálido aliento se convierte en una ventisca que sale suspiro a suspiro.
Puedo verte entre barrotes intocables. Puedo verte sentada, en paz, tranquila y despreocupada. Puedo verte convencida por esa seguridad que te da ser estática. Puedo verte a pesar de la oscuridad y ya no gritas. Crees haber olvidado el miedo desde que sabes que en esa oscuridad que te rodea nada te acecha. Pero se que tú no has nacido para perdurar congelada en el peor de los pozos. Sé que tú no quieres ser inmortal dentro de una estatua helada.
No has cerrado todas las ventanas, y notas mi presencia. Es ese calor que aún te sigue resultando familiar. Es el fuego que una vez vivió en tu interior, antes de que lo apagaran sin ninguna humanidad. No estoy aquí para poner excusas ante nada, sino para demostrar que solamente importa vivir, por encima de perdurar. ¿De qué te sirve ser inmortal, si nunca tendrás nada ni nadie para compartir cada segundo que te atraviesa? ¿De qué sirve un palacio de hielo si es inhabitable para el resto que te rodea? Tú estás viva, te mueves, avanzas, te equivocas, pero te levantas. No hay hielo que tome las cicatrices por ti. No hay hielo en el mundo que vaya a aprender por ti. No hay oscuridad donde tu corazón es libre como una brillante estrella fugaz.

No hay victoria en el enclaustramiento.
No hay victoria en la oscuridad.
No hay victoria, porque nunca hay lucha.
Y no hay lucha, porque te rendiste a destiempo.

Hay victoria si decides vivir.
Y mi mano en llamas para acabar con tu prisión helada, y toda tu oscuridad. "

domingo, 2 de agosto de 2015

Escribir esto y no derramar ni una lágrima. Por sequía, nevada, o qué se yo acerca de meteorología humana.
Escribir llanto y darle forma, con el desprecio propio del rencor, del reencuentro, del dejávu, de volver ante los ojos reflejados. Hoy soy un lápiz sin punta, y mañana quién sabe, si seré bolígrafo sin tinta.
Escribir, por escribir, por no llorar, como mi propio repertorio de frases indica, con las instrucciones de no mirar, no oír, no leer, no hablar, no pensar, y si todo va bien, no sentir. Por no llorar, y que el mundo se torne gris del llanto que guardo, que el diluvio universal ocurra solo en mi universo. Escribir desesperadamente seguido sin pausa, por soltar cabos, cuerda, y si cae, el ancla que se me hunde en el pecho.
No he derramado ni una lágrima, y no puedo evitar temer un páramo helado en el lugar donde mi sangre cobraba fuerza.

Y entonces, puedo ver claros los ojos que se reflejan. Le intento hablar pero no me entiende, y yo tampoco lo entiendo.
Y no lloro. Por estar distraído, pienso en automático. Por intentar poner palabras inútilmente, donde solo cabe un desgarrado y desconsolado silencio.

martes, 31 de marzo de 2015

Fin de la cita

"Y si de verdad eres capaz de verme tras mi cárcel es que tu persona es realmente afortunada. [...] Porque, aunque no encuentre razones, sigo cerrando puertas y ventanas. Sigo temiéndolo todo: por seguridad, por inseguridad.

Como aquel que prefiere dormir mil horas y despertar en un mundo distinto.
Como aquel que huye hacia el silencio y no quiere ser oído.
Como aquel que no habla y mira al infinito, buscando un lugar desconocido.

He aprendido que 'yo' no significa 'nosotros' y que mi sonrisa no significa futuro. He aprendido que el dolor es permanente, que recordar es dar un paseo en chubasquero por el corazón. He mirado a los ojos de la completa perdición solamente para no tener que perderme en otros. He aprendido a callar, mirar, luchar, asumir y continuar.
He aprendido tanto... que jamás abriría ninguna de mis puertas. Y el tiempo las convertirá en muros de bisagras oxidadas: ásperas, robustas, fijas.

Considera tu existencia afortunada si eres capaz de verme tras los muros, porque incluso el tiempo que tienes para hacerlo cuenta en negativo en mí: no me queda tiempo para existir en la vida de nadie más, ni esfuerzo ni ganas ni deseos.
Y no hay tanque ni ariete que me haga cambiar de parecer."

Colgó el teléfono.
Colgaron lágrimas.
Fin de la cita.