martes, 13 de agosto de 2013

He estado en silencio mucho tiempo. He echado de menos tu voz cada día, y sin embargo he soportado el cargar de mi alma en la espalda solamente por respetar y tolerar cada una de las decisiones que han servido de lanza para atravesarme. Sigo aquí, a pesar de estar cubierto de sangre, de heridas abiertas y de sudor. Estoy sucio, pero eso a quién le importa. Estoy herido, pero nadie va a venir a curarme. Mi rostro refleja lo único que hay en mi vida: soledad. La ausencia es mi compañera, y todo es por la distancia.
Porque puedo estar a cientos de kilómetros, o puedo estar a centímetros: el abismo que hay hacia tu corazón es el mismo y no tengo ayuda para cruzar.
Podrías estar al otro lado, gritándome, para darme ánimos. Pero la verdad es que estoy sordo. Estoy sordo por haber estado tanto tiempo en silencio. Y enmudecí con cada segundo que el aire se me escapaba esforzándome por tirar de tu carruaje.
¿Ahora qué soy? Una sombra, una silueta. Un dibujo de lo que era, pero vacío. Olvidé quién soy. Olvidé todo lo que brillaba antaño. Perdí una luz que me guiaba y me decía qué camino elegir. Ahora no reconozco nada ni a nadie. Mi vida es todo fachada porque actualmente la fachada es lo más fácil, lo más rápido, lo más sencillo. Nadie sabrá lo que hay debajo porque nadie querrá saberlo. No es que sienta soledad en el corazón solamente, es que siento soledad en el mundo, a pesar de los miles de millones de personas. Pero claro, ¿a quién va a importarle lo que prácticamente un esclavo pueda opinar? 

Las buenas personas mueren primeras por ser capaces de cometer el fatal error de confiar y arrancar su corazón para entregarlo.