martes, 24 de noviembre de 2015

No soy yo

"¿Veinte minutos? ¿Veinte minutos para contarte lo que me ocurre? Podría mejor tomar el resto de tiempo de mi vida para hacerlo, y emplear esos veinte minutos en estar en silencio, por hacer algo distinto, ¿sabes? No puedo contarlo sin hablar de agua: de fluir, flotar y hundirse. Tampoco sin hablar de roca: de chocar, colapsar, quebrarse. No puedo dar un solo paso en mi inconmensurable propia novela sin hablar del color azul en todos sus tonos, y del rojo siempre en la esquina de la vista, donde me dice algo pero no logro averiguar el qué.
No puedo extender en veinte minutos la vida que he sentido en solo un descoordinado instante. Porque es parpadear, y puedo oírlo todo: cada palabra, cada grito, cada susurro, cada argumento, cada sentencia, cada pregunta y cada respuesta, cada gemido, cada llanto, cada consejo, cada "lo siento", cada risa y cada silencio.
No tengo veinte minutos para llenarme las manos de barro e intentar construir de ahí un castillo que haga sombra sobre mi tumba. No tengo veinte minutos para plantar el árbol al que mi cadáver podrá alimentar cuando no quede más voluntad que la de mi testamento.
Por no tener, ya no tengo recuerdo al que volver bajo el calor de un felpudo que me de la bienvenida con un "vida, dulce vida."
Dígame entonces: ¿a qué veinte minutos se refiere, si hace ya mucho me quedé sin tiempo?
¿Cómo poder relatar lo que me ocurre, si ya no soy el mismo que empezó a pronunciar esta frase? Podría ser falso y banal, contestando con prepotencia "todo" o "nada". Y en realidad, "todo" es nada, y "nada" es todo.

Lo que me ocurre no puede describirse con palabras, sino con sensaciones.
Todo empieza por comer algo fresco y saludable, como la manzana en la que está pensando, y hacerlo despacio, con el pensamiento fijado en una vida próspera y brillante. Más tarde, cinco segundos bajo agua y salir a la superficie para respirar. Después, estudiar en clases de buceo, y que el traje de neopreno apriete un poco. Tener una obra al lado de casa, y golpearte el dedo meñique con la pata de la cama. Taparte en una noche de frío, y notar que tu pie no está tapado del todo. Llamar a alguien a la vez que te llama, que se oiga el contestador y pasar el resto del tiempo creyendo que volverá a llamar.
Lo que me pasa no es calma. Lo que me pasa no es tranquilidad, ni sosiego. Lo que me pasa no es ni el tiempo en sí, sino su lado más maldito. Lo que me pasa es que en veinte minutos me he encontrado y me he perdido cientos de veces. He dejado de conocerme, y ni siquiera me entiendo. Lo que me pasa es que no soy yo, si miras un poco en profundidad.

Solo soy un cristal reflectasol: todos ven un reflejo mejorado de ellos mismos cuando me miran, y yo observo desde el otro lado sin saber cómo me veo."

martes, 17 de noviembre de 2015

Todos creen en la existencia de acontecimientos que encajan en sus vidas. Todos creen que consiste en salir ahí afuera, y probar hasta dar con la tecla. Usan cada palabra que creen oportuno, cada mirada concreta, cada sonrisa si es necesario, para probar, dar oportunidades y tratar de calmar su búsqueda.
Buscan algo ya hecho, algo que supuestamente existe acorde a lo que sus vidas necesitan. Buscan, cuando en realidad no existe tal paraíso por sí mismo.

Porque en la vida real nacemos, y crecemos con la idea en la cabeza de encontrar lo que nos equilibre. De encontrar todo lo que necesitamos, porque está "ahí afuera y nos está esperando." Crecemos con la idea de que nuestro amor verdadero está rondando las calles de nuestro mundo, igual de perdido que nosotros, esperando con una esperanza innata a cruzarse con nosotros en la siguiente esquina. Y nos pasamos la vida probando uno, luego otro, luego otro y luego otro, a cada cual ofreciéndoles un trato más desgastado y frío, más parecido a un contrato de prueba que a un encuentro entre personas. Nos pasamos la vida sollozando y a llantos con la mirada perdida en el cielo, y preguntando a nadie en concreto "qué hicimos" para que nuestro ya diseñado amor no nos llegue. Nadie se para a construir.

"Partiendo de una premisa errónea, solo podemos llegar a conclusiones equivocadas."
No está diseñado, ni hecho de antemano. No hay una receta previa, ni un plan elaborado con final feliz como en las películas. Nos pasamos la vida con uno, luego otro, luego otro y luego otro, decepción tras decepción, porque no dejamos de pedir. Pedimos porque creemos que eventualmente alguien nos va a proporcionar lo que necesitamos de entrada. Y lo que necesitamos se suple con un elemento indispensable en todo este asunto: el tiempo.
Tiempo, que significa construir. Construir, que significa pausa, calma, estático, tranquilidad, diálogo, tolerancia y respeto.

No está ahí afuera. Más bien, nace de nuestro interés interno. Ese paraíso viene de la mano del tiempo que empleamos, no solamente por y para conocer a los demás, sino que principalmente a nosotros mismos. Creemos que la vida consiste en encontrar piezas sueltas que cada cierto tiempo van encajando con nosotros, desde el amor, hasta el trabajo incluso. Creemos que la vida es una búsqueda, tanto de esos elementos, como de algo más general: la propia felicidad como objeto. Y solo cuando nos damos cuenta de que no es una búsqueda, y sí es una construcción, comprendemos que el amor y las personas no funcionan pasando sin cesar uno y luego otro, luego otro y luego otro. Solo así descubrimos que incluso en los rincones más oscuros, alguien existe para dar la vuelta a nuestras vidas, y solo podemos descubrirlo si nos atrevemos a ello.