domingo, 2 de agosto de 2015

Escribir esto y no derramar ni una lágrima. Por sequía, nevada, o qué se yo acerca de meteorología humana.
Escribir llanto y darle forma, con el desprecio propio del rencor, del reencuentro, del dejávu, de volver ante los ojos reflejados. Hoy soy un lápiz sin punta, y mañana quién sabe, si seré bolígrafo sin tinta.
Escribir, por escribir, por no llorar, como mi propio repertorio de frases indica, con las instrucciones de no mirar, no oír, no leer, no hablar, no pensar, y si todo va bien, no sentir. Por no llorar, y que el mundo se torne gris del llanto que guardo, que el diluvio universal ocurra solo en mi universo. Escribir desesperadamente seguido sin pausa, por soltar cabos, cuerda, y si cae, el ancla que se me hunde en el pecho.
No he derramado ni una lágrima, y no puedo evitar temer un páramo helado en el lugar donde mi sangre cobraba fuerza.

Y entonces, puedo ver claros los ojos que se reflejan. Le intento hablar pero no me entiende, y yo tampoco lo entiendo.
Y no lloro. Por estar distraído, pienso en automático. Por intentar poner palabras inútilmente, donde solo cabe un desgarrado y desconsolado silencio.