lunes, 4 de enero de 2016

Una buena aliada

"Creí haber descubierto un idioma totalmente nuevo cuando puse mis manos en sus teclas de marfil. Pero, en realidad, me estaba dando cuenta de que yo no era solo la superficie que me atrevía a conocer. El idioma no era nuevo en lo profundo de mi propio universo: era yo quien debía tomar el papel de explorador.
Tal y como describiría la relatividad si habláramos de agujeros negros, el tiempo dentro de su influencia pasaba más despacio. El mundo parecía situarse tras un cristal translúcido ámbar, alejado de mi conversación conmigo mismo. Las prisas no existían: entre cada nota podía vivir en un lugar distinto, y viajar en cada arpegio a la velocidad de la luz, aunque tuviera que llevar la "negra" a 45.
Dejé de pensar en mí como un individuo, y lo hice como una vibración más que necesitaba entrar en frecuencia con lo que le rodea: aquella persona, aquella meta, aquel sueño, aquel objetivo, aquellas pérdidas que nunca había superado o aquellas apariciones que no esperaba.
Encontré en su suave timbre el empujón necesario, y como si del efecto mariposa se tratara, la realidad se tornaba brillante, de ápice en ápice, como fichas de dominó.

Y ya no necesitaba palabras: con sus pausas entre unas y otras; con sus ritmos y medidas premeditados; con sus normas y reglamento. Ya no necesitaba palabras, ni la proyección, ni la crítica ni lo disimulado burlesco de todo el mundo. Me di cuenta entonces de lo vital en sus tonos y melodías, como si fuera un alegre y tintineante pulmón artificial, pero sin la seriedad de una situación real. Porque todo dejaba atrás la seriedad de un mundo que se mordía a si mismo por egoísta, y se daba así paso a vivir en armonía, eso sí, sin armaduras de por medio. Saltaba como un crío pequeño sobre un puente en blanco y negro, y todo dejó definitivamente de importarme más de lo necesario."

Para algunos, el mundo es un pañuelo.
Para mí, sin duda es música sobre un piano.

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